Temor escolar. Cada año, al finalizar las vacaciones, en consulta observamos lo mismo: niños que experimentan un temor muy fuerte —a veces incluso llegan al pánico— al volver a la escuela. Los padres están inquietos porque su hijo llora todas las mañanas, se aferra a la puerta, se queja de dolor de estómago o incluso expresa que odia la escuela, aunque antes le gustaba mucho.
Voy a compartir un caso ficticio, pero común, con el que seguramente muchos podrán identificarse.
Mateo tiene 9 años. El primer día de regreso a la escuela tras las vacaciones, se despertó con dolor abdominal. Pensaron que estaba enfermo. Al día siguiente, sucedió lo mismo. Y al otro también. No tenía fiebre ni síntomas evidentes, pero el niño se quejaba cada mañana. Comenzó a resistirse a ponerse la ropa, a llorar y a pedir que lo dejaran en casa. Durante los fines de semana estaba bien, sin embargo, los domingos por la tarde el malestar regresaba. Después de descartar cualquier problema médico, los padres decidieron acudir a la consulta.
Lo que le sucedió a Mateo se llama: ansiedad anticipatoria vinculada al entorno escolar. Es un subtipo de ansiedad por separación o fobia escolar, que no siempre se relaciona con que el niño “odió la escuela”, sino con una mezcla de factores emocionales, cognitivos y conductuales que se alimentan entre sí.
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¿Por qué sucede esto?
Desde el enfoque cognitivo-conductual, entendemos que el miedo se aprende. También se perpetúa si no se aborda. A veces hay una razón clara (un conflicto con otro niño, un maestro que grita, un cambio de escuela…), pero muchas veces no hay un único desencadenante, sino una suma de pequeños estresores que al final abruman al niño.
En el caso de Mateo, se identificaron tres factores principales:
-Sensación de pérdida de control: Durante las vacaciones, el ritmo es más tranquilo y predecible, y el niño está rodeado de personas a las que se siente unido todo el día. Regresar a la escuela implica separación, nuevas exigencias académicas y cambios.
-Pensamientos catastróficos: “Todo me saldrá mal”, “Me regañarán por no hacer bien los deberes”, “No quiero estar lejos de mamá tanto tiempo”…Estos pensamientos generan ansiedad, y la ansiedad alimenta los pensamientos negativos. Un ciclo perfecto.
-Refuerzo negativo y evitación: Cuando se queda en casa por el dolor de estómago, la ansiedad disminuye. El niño aprende que, si evita ir a la escuela, se siente mejor. Pero esto es una solución a corto plazo, porque cada día que pasa evitando la escuela, el miedo crece un poco más.
¿Qué hacemos en terapia?
Lo más esencial es aceptar las emociones que experimenta. No es útil decirle “no hay problema” o “el colegio está bien”. Lo que siente es auténtico. Y para él, muy fuerte. Le aclaramos que no está “enfermo”, solo que su cuerpo responde como si hubiera un peligro, aun cuando no lo haya. Esto se llama ansiedad, y podemos practicar juntos para que no nos controle.
Desde una perspectiva conductual, el método más efectivo es la exposición gradual. Es decir, acercarse poco a poco a lo que teme, en lugar de esquivarlo. Pero no de manera abrupta: creamos una lista junto al niño y su familia, con pasos específicos que pueda ir logrando. Por ejemplo:
-Asistir al colegio solo durante el recreo y regresar a casa.
-Entrar al aula por un cuarto de hora.
-Acercarse con alguien de confianza.
-Pasar medio día en el colegio.
-Retomar el horario completo.
Cada avance se complementa con elogios, apoyo social y pequeñas recompensas si es necesario. El objetivo no es recompensar por “comportarse bien”, sino valorar el esfuerzo de enfrentar el miedo.
Desde la perspectiva cognitiva, abordamos los pensamientos automáticos que exacerban la ansiedad. ¿Qué se dice a sí mismo Mateo cuando piensa en ir al colegio?¿Y qué podría decirse que le resulte más útil? Reformulamos esos pensamientos: no mintiendo (“todo saldrá perfecto”) sino siendo realistas (“me puede costar un poco al inicio, pero ya me he adaptado antes”).
También enseñamos habilidades para manejar las emociones: respiración, relajación, atención a las sensaciones, y reconocimiento de emociones…para que el niño aprenda a lidiar con lo que siente sin necesidad de esquivarlo.
¿Y en cuanto a la familia?
Es fundamental. A menudo, sin darse cuenta, los padres refuerzan la ansiedad. Por ejemplo, permitiéndole al niño quedarse en casa si llora en exceso, o preguntándole repetidamente “¿te duele el estómago?”, lo que enfoca la atención en el síntoma.
Colaboramos con ellos para que actúen como modelos de afrontamiento, no de evasión. Y para que aprendan a brindar apoyo con firmeza y cariño: reconocer el miedo, pero sin dejar que lo controle todo. A veces les decimos: “Deben ser el cinturón de seguridad emocional. Sostener con fuerza, pero no manejar por él”.
También examinamos posibles problemas en la escuela: si hay acoso, exigencias académicas muy altas, o falta de conexión con los maestros. Si es necesario, trabajamos con la institución educativa para facilitar la reintegración.
¿Cuánto tiempo toma ver mejoras?
Varía según cada situación. Algunos niños progresan en pocas semanas. Otros pueden requerir más tiempo. Lo esencial es actuar lo antes posible. Cuanto más se prolongue la evitación, más complicado será intervenir en el futuro.
En el caso de Mateo, en un plazo de dos meses, regresó a sus actividades diarias. Aunque al principio tuvo algunos tropiezos, lo cual consideramos normal, comenzó a comentarle a otros que “al final no ha sido tan malo”. Este es el aspecto crucial: el desarrollo emocional que le permite tener control sobre la situación.

¿Qué indica la investigación?
Varios estudios respaldan la efectividad de la terapia cognitivo-conductual para abordar la ansiedad relacionada con la escuela (Kearney Albano, 2004; Bernstein et al., 2005).Se ha encontrado que la exposición gradual, junto con la reestructuración cognitiva y el entrenamiento familiar, lleva a mejoras importantes y duraderas.
Además, desde un enfoque conductual más tradicional, autores como B.F. Skinner han señalado que los comportamientos de evitación, impulsados por refuerzos negativos, son muy difíciles de cambiar si no se aplica una estrategia de intervención adecuada.
Y desde la perspectiva de la psicología cognitiva, la teoría de Beck sobre los esquemas y las distorsiones cognitivas es clave para comprender cómo los niños ven el ambiente escolar como un lugar amenazante, basándose en sus experiencias pasadas y su forma de pensar.
Este tipo de situaciones me hace recordar la importancia de actuar rápidamente,
involucrar a la familia y no minimizar el miedo de los niños.
No se trata de un simple «no quiere ir al colegio». Es una fuerte emoción que requiere empatía, conocimientos y ayuda profesional.
Si has vivido esto con tu hijo, o si eres maestro y notas esto en tus clases, busca apoyo. No te sientas solo.
Y los niños, con la ayuda adecuada, son más resilientes de lo que creemos.
El concepto de «rechazo escolar« hace referencia a conductas que implican evitar ir a la escuela debido a la ansiedad, el temor o una sobrecarga emocional, y suele estar relacionado con la fobia escolar, según diversas fuentes.
Un estudio exhaustivo (Leduc et al. , 2022) señala 44 variables individuales, sociales y de contexto que diferencian a los jóvenes que presentan rechazo escolar de aquellos que no lo experimentan.
El rechazo escolar se asocia con varios factores de riesgo, como la ansiedad, la depresión, el acoso escolar y problemas de salud, de acuerdo con datos recientes.
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