Trauma infantil. En la consulta, lo observamos cada semana. Personas adultas, que parecen estar bien, llegan con el mensaje de que “ya no pueden más”. A menudo dicen cosas como: “Yo no he pasado por un trauma real, como otros”, o “Lo mío no es tan grave”. Sin embargo, cuando empezamos a revisar su historia, casi siempre encontramos algo que sí fue grave… aunque en su momento nadie lo validó.
Recuerdo especialmente el caso de Clara (nombre ficticio, como siempre hacemos).Tiene 36 años, trabaja en el área de marketing, vive sola, y acudió porque comenzó a sufrir crisis de ansiedad sin un motivo aparente. Lo primero que me comentó fue: “Estoy bien, tengo empleo, amigos, salud… ¿por qué me siento tan mal?”
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Lo que no se olvida, aunque no se testimonie
A medida que avanzamos, salió a la luz un patrón que suele aparecer: una infancia llena de exigencias, poco cariño, y castigos emocionales sutiles pero persistentes. Frases como “no llores, no es tan grave”, “si sigues así, nadie te querrá”, o largos silencios cuando no se comportaba como se esperaba de ella. Nada de esto encaja con la idea tradicional de “trauma”, pero sí con lo que la psicología científica define como trauma relacional temprano o trauma complejo.
Desde la perspectiva conductista, se puede analizar claramente: Clara fue influenciada por el condicionamiento operante, en un contexto donde las expresiones emocionales eran castigadas (con indiferencia o críticas), mientras que la obediencia era premiada (con afecto o aprobación).Aprendió que ser vulnerable era arriesgado, y que complacer era la única forma de sentirse segura. Esa lección, como cualquier otro aprendizaje, no desaparece por sí sola.
El trauma no siempre es un evento. A veces es una repetición
La noción convencional de trauma (una agresión, un accidente, una catástrofe) es solo una parte de la realidad. Investigaciones recientes, desde el modelo cognitivo-conductual, han ampliado la mirada hacia lo que Judith Herman denominó trauma complejo: cuando el daño no proviene de un solo evento, sino de una exposición continua a situaciones emocionalmente invalidantes, especialmente en la niñez, cuando el cerebro es más moldeable y depende del entorno para regular sus emociones.
Clara, al igual que muchos otros, tenía creencias profundamente arraigadas: “Si no lo hago perfecto, decepciono”, “sentirme mal me hace débil”, “mis necesidades son una carga”. Estas ideas no aparecieron por sí solas. Se formaron a lo largo de años de refuerzo negativo y patrones disfuncionales, tal como lo señala la terapia cognitiva de Beck.
Lo que hacemos en terapia: primero validamos, luego reestructuramos.
El primer objetivo con Clara no fue abordar de inmediato sus episodios de ansiedad, sino ayudarla a comprender cómo su sistema nervioso respondía a viejos patrones. Aunque en el presente no haya nada negativo ocurriendo, su mente reacciona como si estuviera ocurriendo algo malo. Suelo emplear una frase que dice: “Tu cuerpo guarda memoria de lo que tu mente ha pasado por alto o minimizado”. Esto está respaldado por la ciencia: la amígdala, que es la parte del cerebro que identifica peligros, se activa en exceso en personas que han sufrido traumas en la infancia, incluso ante estímulos que son neutros (Teicher et al., 2003).
Desde la terapia cognitivo-conductual (TCC), el enfoque se centra en identificar creencias dañinas y sesgos de atención que las acompañan. Por ejemplo, en el caso de Clara, observamos un patrón evidente: evitaba confrontaciones, ponía en segundo plano sus propias necesidades y se exigía demasiado. Este comportamiento resulta en refuerzo negativo (evita el malestar momentáneo de decir “no”, pero a su vez refuerza su creencia de no ser suficiente).
Comenzamos a implementar reestructuración cognitiva: cuestionar esos pensamientos automáticos, explorar su origen y proponer otras interpretaciones más realistas. También trabajamos en la exposición emocional: permitir que Clara sienta tristeza o miedo sin huir ni reprimir, para ayudar a su sistema nervioso a desaprender el miedo a sentir miedo.
¿Y qué ocurre con el pasado?¿Es necesario revivirlo?
Buena pregunta. No siempre es necesario. Pero en situaciones como la de Clara, es ventajoso usar técnicas que faciliten el procesamiento de experiencias pasadas sin quedar atrapada en ellas. A veces recurrimos a la imaginación guiada, en otras ocasiones aplicamos reprocesamiento emocional mediante métodos como EMDR o exposición narrativa. Sin embargo, siempre dentro de un marco conductual: el objetivo no es “recordar por recordar”, sino exponer al sistema a lo que se había evitado, para que deje de ser percibido como una amenaza.
Por ejemplo, Clara escribió una carta (que no enviamos) a su madre, donde expresó cosas que nunca había tenido la oportunidad de decir. Fue difícil, sin duda. Pero también constituyó un acto de exposición emocional con un propósito terapéutico: dejar de esquivar.
Reaprendiendo a sentirse seguro: lo que nunca tuvo
Uno de los fundamentos de cualquier tratamiento del trauma es la seguridad emocional. Es imposible profundizar en el trabajo si primero no se ha creado un entorno seguro, predecible y validante. Esto tiene mucho sentido desde el enfoque conductual: si no hay reforzamiento positivo ni consecuencias claras, no se producen cambios.
Con Clara, trabajamos en establecer rutinas, fomentar la autocompasión conductual y desarrollar habilidades para regular las emociones (como la respiración diafragmática, el grounding y el autocuidado estructurado). Desde el enfoque cognitivo, esto ayuda a formar nuevas asociaciones entre “sentirse mal” y “estar a salvo”, desmantelando la antigua idea de que “expresar emociones es arriesgado”.
¿Y cómo culminó el proceso?
Después de varios meses, Clara dejó de experimentar crisis de ansiedad. Pero lo más relevante es que comenzó a decir que no sin sentir culpa, a darse cuenta de cuándo necesitaba descansar y a reconocer emociones sin juzgarse. Continuaba teniendo días difíciles, pero ya no los veía como una amenaza.
Porque al final, enfrentar el trauma no significa eliminar lo que ocurrió, sino transformar la realidad actual. Modificar nuestra conexión con nuestras emociones. Como mencionó Bessel van
der Kolk, «el trauma no se resuelve solo con palabras, se sana al sentir de forma segura».
Evidencia científica sobre el trauma infantil
–Efectos psicológicos y psiquiátricos
Las investigaciones a largo plazo indican que experimentar trauma en la niñez complica la gestión de las emociones, lo que actúa como una conexión entre el trauma y la aparición de síntomas internos (como ansiedad y depresión) y externos (como comportamientos agresivos).
Además, el trauma sufrido en la infancia es un factor que aumenta la posibilidad de desarrollar psicosis en la adultez, con una relación significativa (aproximadamente OR = 2,78).
–Cambios neurobiológicos y neuropsicológicos
Existen alteraciones estructurales y funcionales en el cerebro, como un desarrollo anormal del sistema límbico y una hiperactividad de la amígdala, que complican la regulación del miedo y las emociones.
En niños que han sufrido maltrato, análisis realizados con técnicas avanzadas, como el análisis topológico de imágenes de DTI/MRI, muestran cambios en la estructura de la sustancia blanca del cerebro.
Las experiencias negativas también influyen en funciones cognitivas importantes como la memoria, la atención y el funcionamiento ejecutivo, especialmente en aquellos con TEPT infantil, según una revisión sistemática reciente relacionada con el neurodesarrollo.
-Salud física, epigenética y consecuencias en la vida
Un enfoque que considera la vida completa resalta que las experiencias adversas en la infancia tienen un impacto significativo en la salud física y mental, y están vinculadas a enfermedades crónicas, comportamientos de riesgo, hábitos de vida dañinos y cambios fisiológicos que perduran en el tiempo.
El trauma infantil puede dejar huellas epigenéticas que alteran la expresión de genes relacionados con el estrés, afectando incluso a las generaciones siguientes.
Además, investigaciones revelan que estas huellas epigenéticas pueden trasladarse a las siguientes generaciones, y en situaciones extremas, como conflictos bélicos, pueden observarse cambios epigenéticos duraderos en múltiples generaciones.
-Rehabilitación y tratamientos eficaces
La terapia cognitivo-conductual centrada en el trauma (TF–CBT) es vista como el tratamiento principal para el TEPT infantil. Varios ensayos clínicos controlados han mostrado su efectividad al reducir síntomas de TEPT, así como de depresión, ansiedad y comportamientos externos.
Se utilizan otros enfoques, como la Traumaterapia Sistémica, que fue desarrollada en Chile y combina neurociencia, teoría del apego, dinámicas familiares y resiliencia para tratar el trauma en un marco relacional más amplio.
El libro «The Body Keeps the Score» de Bessel van der Kolk, publicado en 2014, ha tenido un gran impacto en la divulgación de los efectos del trauma sobre el cuerpo y la mente, aunque también ha enfrentado críticas sobre algunos de sus contenidos menos sólidos.
-Perspectiva social y sistemas de salud
Artículos como el de J. Weleff en el Journal of Ethics subrayan que el impacto del trauma en la infancia no se limita al ámbito de la psiquiatría, sino que también influye en la salud física, los hábitos de cuidado de la salud e implica cuestiones éticas y prácticas en la medicina journalofethics. ama-assn. org.
En Time, se presenta la idea de “firmas traumáticas”, donde cada niño enfrenta de manera diferente las dificultades (como la privación y el abuso), lo que
-Recursos y fuentes adicionales
Existen recursos clínicos especializados, como las guías del Adolescent Trauma Training Center (USC-ATTC), que brindan referencias valiosas de libros y manuales sobre cómo tratar el trauma complejo en niños y adolescentes keck2. usc. edu.
Otros documentos de interés incluyen revisiones teóricas en español sobre el trauma psicológico y métodos clínicos.

Conclusiones
El trauma no siempre corresponde a un solo suceso, puede ser el resultado de múltiples experiencias negativas durante la niñez.
Las enseñanzas conductuales (castigos, refuerzos) dejan una marca en nuestra percepción de nosotros mismos.
La terapia cognitivo-conductual proporciona herramientas para reconocer y cambiar pensamientos que no funcionan, además de ayudar a enfrentar emociones que se evitan.
La validación de las emociones y la creación de un ambiente seguro son fundamentales para reconfigurar las reacciones del sistema nervioso.
No se trata de revivir lo que pasó, sino de aprender a vivir el ahora.
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