Sobre la disfunción eréctil, muchos de nuestros pacientes llegan a consulta para hablar sobre un tema sexual que les resulta difícil expresar. No es inusual que tarden en mencionarlo abiertamente, o que lleguen diciendo que «últimamente hay algo extraño en su relación» o que «no están tan activos sexualmente como antes». A menudo, detrás de estos comentarios se esconde un miedo: el miedo a fracasar.
Entre estos casos se encuentra el de Marcos (nombre ficticio), un hombre de alrededor de 35 años, sin aparentes problemas de salud, que ha estado en una relación estable durante cinco años. Acudió a consulta tras varias experiencias frustrantes en las que no pudo mantener una erección durante el acto sexual. Lo curioso era que esto no sucedía cuando estaba solo: la masturbación no le generaba inconvenientes. Pero cuando había otra persona presente, su cuerpo no respondía.
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¿Qué significa la disfunción eréctil?
Desde un enfoque clínico, nos referimos a disfunción eréctil (DE) cuando hay una dificultad constante (al menos durante tres meses) para lograr o sostener una erección adecuada para una experiencia sexual satisfactoria. Lo digo «satisfactoria» porque no se trata solo de funcionar, sino de disfrutar.
La disfunción eréctil puede tener orígenes físicos (como problemas hormonales, vasculares o neurológicos, además de efectos secundarios de medicamentos) o psicológicos. No obstante, en muchos casos, como el de Marcos, lo que ocurre es una mezcla de ambos: un pequeño incidente provoca ansiedad anticipatoria, y esta ansiedad desencadena una respuesta fisiológica que bloquea la excitación. Es un círculo vicioso.
El ciclo del miedo al fracaso
En situaciones amenazantes, el cuerpo activa el sistema nervioso simpático: el corazón late más rápido, los músculos se tensan y se bloquean funciones que no son esenciales para la supervivencia, como la erección. La respuesta sexual necesita que el sistema nervioso parasimpático esté activo, lo que significa tranquilidad, seguridad y cierto nivel de entrega. Totalmente lo contrario a lo que sucede cuando uno piensa: “¿Y si me pasa otra vez?”.
Marcos había acumulado una experiencia negativa en la que no pudo mantener la erección una noche tras una discusión con su pareja. A partir de ese momento, comenzó a observarse más. Su atención, en lugar de estar en disfrutar, se enfocaba en controlar su cuerpo. Se repetía cosas como “no puedo fallar nuevamente”, “debo demostrar que estoy bien”, “si no puedo, se cansará de mí”. Cada uno de estos pensamientos aumentaba su ansiedad. Su cuerpo lo percibía como si estuviera frente a un peligro, no frente a una pareja que lo deseaba.
¿Qué estrategias se utilizan en psicología para tratarlo?
Desde un enfoque cognitivo-conductual, el abordaje de la disfunción eréctil se centra en desmantelar los elementos que perpetúan el problema. En el caso de Marcos, no había una causa médica, por lo que nos enfocamos en:-Educación psicológica
Primero, fue esencial explicarle cómo se manifiesta la respuesta sexual desde una perspectiva fisiológica. Comprender que no estaba “roto”, sino que su cuerpo respondía por miedo y no por deseo, le ayudó considerablemente. Esta claridad ya redujo su ansiedad.
-Registro de pensamientos automáticos
Le solicité que llevara un registro de lo que se decía a sí mismo antes, durante y después de tener relaciones. Surgieron pensamientos comunes como: “Debo tener un buen rendimiento”, “Seguramente fallaré”, “Ella espera que todo funcione sin problemas”. Identificamos distorsiones en su forma de pensar, tales como catastrofismo, suponer lo que otros piensan o pensar en términos extremos (“si no tengo una erección perfecta, todo ha salido mal”).
-Reestructuración cognitiva
Comenzamos a cuestionar estas creencias. ¿Qué significa realmente “rendir”?¿De dónde proviene la idea de que el sexo debe ser perfecto?¿Cómo podría redefinir lo que es una experiencia sexual satisfactoria, más allá de la penetración?
Nos enfocamos en reformular pensamientos más realistas y funcionales: “Puedo disfrutar aunque no tenga una erección perfecta”, “Mi pareja me desea por varias razones”, “Puedo relajarme y conectar, en lugar de controlar”.
-Técnicas de exposición
Esta es una de las bases del comportamiento. Evitar el sexo por el temor al fracaso solo aumenta la ansiedad. Así que comenzamos con exposiciones gradual. Inicialmente, le propuse tener encuentros con su pareja sin la penetración. Solo caricias, besos y cualquier tipo de contacto que proporcionara placer sin la “presión de rendir”.
Esto es esencial porque ayuda a recuperar la confianza corporal, redirigir la atención hacia el placer y no hacia el control, y reconectar con la pareja.
-Atención plena y regulación emocional
En situaciones como esta, el trabajo con mindfulness resulta beneficioso. Marcos aprendió a reconocer cuando su ansiedad aumentaba, sin dejar que le dominara. Practicamos ejercicios de respiración, atención a las sensaciones y tolerancia a la incomodidad sin reaccionar de inmediato. El objetivo no era eliminar la ansiedad, sino saber convivir con ella sin que le impidiera actuar.
¿Y si hay una pareja?
Si la persona tiene pareja, como en el caso de Marcos, a veces sugiero incluirla en algunas sesiones. No para discutir lo que está “yendo mal”, sino para que ambos entiendan la situación y así reducir la presión. Muchas veces, la pareja también tiene sus propias inseguridades: “¿Ya no le gusto? ”. Conversar sobre esto con un profesional facilita la comunicación y el apoyo mutuo.
¿Y qué hay sobre la medicación?
A veces los pacientes se preguntan si deben usar Viagra o medicamentos similares. En ciertas situaciones, estos pueden ser útiles de manera temporal, pero si el problema es mental, la pastilla no elimina el temor. Puede ofrecer una solución provisional, pero si no se trata la raíz del problema, la ansiedad persiste. De hecho, muchas personas acaban desarrollando una dependencia psicológica al medicamento y ya no se sienten capaces de intentarlo sin él.¿Qué le sucedió a Marcos?
Tras aproximadamente diez sesiones, Marcos logró tener relaciones satisfactorias con su pareja sin la necesidad de medicación. Lo más relevante no fue que «regresara a funcionar», sino que perdió el miedo a fracasar. Había aprendido a considerar el sexo como una experiencia compartida, imperfecta y sin juicios. Eso transformó por completo su vivencia.
Conclusiones
La dificultad para tener una erección no es solo un asunto físico, sino que a menudo se trata de un tema de temor. A través de la psicología científica y, en particular, desde métodos cognitivo-conductuales, podemos descomponer las creencias y acciones que perpetúan esta situación. La esencia radica en cambiar el control por la comunicación, la presión por la aceptación y el miedo por la relación.
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